Estaba yo en Angola esperando que Benedicto XVI llegara al continente africano para seguir con su incansable tarea de evangelizar, cuando sus declaraciones realizadas desde el avión papal irrumpieron con fuerza en escena.
Dijo Ratzinger, a propósito de la lucha contra el SIDA, que el preservativo no sólo no es la solución, sino que "aumenta el problema". Dada la "infalibilidad" del Papa, los periodistas no pueden repreguntar; así que hecha la declaración, hecha la interpretación.
Se me ocurren tres puntos de vista -habrá más, seguramente- para comenzar a entender esta afirmación: el Papa es ignorante, es tonto o es malintencionado. Descarto lo primero, me debato entre el resto y me decanto por lo último (no se llega a suceder a Pedro sin astucia).
Aun sin compartir, puedo entender la posición de la jerarquía de la Iglesia Católica (hay diferencia entre jerarquía y base) a favor de la abstinencia como método para combatir el SIDA. Lo que es inadmisible, lo que no puede tolerarse, es la mentira. Muchas cosas pueden decirse del preservativo, pero afirmar que "aumenta el problema" del SIDA es un pecado.
Esta simple frase, pronunciada desde el fundamentalismo religioso, puede tirar por tierra años del trabajo realizado por organizaciones humanitarias y millones de dólares invertidos en campañas educativas para prevenir enfermedades de transmisión sexual. Simple, fácil, grave.
Mientras tanto, la cifra de enfermos crece sin parar en África. Los hombres continúan abusando de mujeres que bien podrían optar por la abstinencia -si sus abusadores se lo permitieran- y miles de niños ven cómo sus padres y madres terminan sus días rendidos ante el SIDA. Como dicen en mi pueblo, "a llorar a la iglesia".