miércoles, 25 de marzo de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes angoleños.

No estoy totalmente convencido de que la primera impresión es la que vale, pero incide. El orden no parece abundar en tierras angoleñas, y el primer síntoma lo vimos en el aeropuerto. Entre desordenadas filas de acaloradas personas nos abrimos camino para llegar hasta el señor que debía controlar si teníamos puestas las vacunas obligatorias para entrar al país. Y entramos.

Antes de llegar al coche que nos esperaba, un nuevo síntoma: nos pidieron 20 euros para dejarnos pasar sin hacer una cola. No pagamos. Y pasamos. La policía aquí no inspira seguridad, sino miedo. Arrogancia, mucha; privilegios, también. No vi pizzerías, pero si las hubiese, seguro que se comerían -sin pagarla, claro está- una grande con morrones. Sí vi, en cambio, cómo desayunan gratis en los hoteles.

Fea. La capital de Angola es fea. Fue linda, dicen. Les creo por respeto y porque la guerra civil terminó hace siete años. Están reconstruyendo el país, y se nota. No es sólo una reconstrucción edilicia (a Luanda no llegó la guerra pero es como si lo hubiese hecho), sino institucional, civil, de orden público. El tráfico es otro síntoma de la falta de reglas y estructuras (hay pocas calles asfaltadas): dos horas para hacer diez kilómetros.

El gobierno intenta crear básicas normas de convivencia: "La basura en su lugar es un lujo", dice un cartel pegado en los contenedores, en los pocos que hay por las calles, sintomáticamente sucias y destruidas. "Respete al peatón, no circule por la vereda", sorprende y confirma otro.

No sé si la cura llegará para tantos síntomas de un país convaleciente. Mientras tanto, las grandes multinacionales, con sus ejecutivos hiperpagados desembarcan en Angola y convierten a Luanda en la ciudad más cara y, posiblemente, una de las más desiguales del mundo: para algunos, empleos "bien pagados" a 300 dólares, para otros, sueldos envidiables de 20.000 billetes americanos al mes, más casa y coche con chofer.

Pocos antídotos hay para soportar estas diferencias, pero volví con varias "curitas en el alma". Superaba por poco mi cintura, por eso tuve que agacharme para escuchar cómo me pedía un recuerdo para él, mientras me tomaba de la mano. Recién salía de la escuela, con guardapolvos blanco y mochila al hombro. Contento volvió a su casa con un regalito abrochado en la solapa. No sé si sabrá que, en realidad, el recuerdo me lo dejó él. Fue un abrazo fuerte, sentido, genuino, inolvidable...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Antes de llegar al ultimo párrafo, pensaba "que suerte que nada le gustó!", porque hace unos días escuché a un señor decir "...uh éste capaz que se queda a vivir en África, como a donde va se quiere quedar a vivir...". Automáticamente pensé en la malaria.

Unknown dijo...

Lindo relato Mauri...
Abrazo
Negro