No quisiera estar en el lugar de los autores de canciones de amor. No puede ser que sientan todo lo que dicen sentir por la misma mujer. Y cuando me resisto a ocupar su lugar, no lo hago porque no pueda acumular sentimientos por una sola mujer. Lo que no quiero es estar en su lugar cuando sus canciones salen a la luz.
Me imagino la escena -no sin cierto machismo- después del concierto. El cantautor enamorado abre la puerta de su casa y encuentra a su mujer, impaciente, con los brazos cruzados y los dientes apretados esperando, ansiosa, una explicación. Nunca tuvo "un sombrerito pobre y el tapado marrón", y sobre todo, ella no se llama María. Cátulo le habrá echado la culpa a Aníbal, sin dudas.
Cuando Serrat le canta a Lucía y a "la más bella historia de amor" que tuvo y tendrá, me pregunto si su mujer se llamará Lucía o habrá aceptado la licencia poética. O tal vez, el catalán viva ahora con Lucía, su vecina. Jaime Dávalos se la habrá visto dura para explicarle a su mujer que cuando escribió la Tonada del viejo amor, estaba pensando en ella, aunque nunca la haya visto "sonreír frente a la espuma".
De todas formas siempre es más fácil explicar la poesía que un simple -aunque tecnológico y certero- mensaje de texto, ese que llega a la peor hora, en el peor momento y en el peor lugar.
De todas formas siempre es más fácil explicar la poesía que un simple -aunque tecnológico y certero- mensaje de texto, ese que llega a la peor hora, en el peor momento y en el peor lugar.