martes, 19 de agosto de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes épicos.

Hace poco terminó el partido que la selección olímpica le ganó 3 a 0 a Brasil. Fue un lindo partido de fútbol, por el juego y por el resultado; y por estas dos cosas estaba contento, pero abrí la página de Clarín y se me fue la alegría.

Ahí dice que "la Selección humilló a Brasil", recuerda otro enfrentamiento futbolístico de hace 18 años en el que el "héroe fue Caniggia" y reproduce unas declaraciones de Sergio Batista que muy sueltito dice: "con estos jugadores peleo en Irak".

El tono épico es una constante en las crónicas deportivas. No es nuevo ni desaparecerá, pero tal vez si las reacciones fuesen ligeramente más moderadas, cuando las cosas no salen bien, el sufrimiento (porque ahora sí que se goza) sería menor, arriesgo.

Y hablando de sufrimientos: ¿puede una persona sufrir tanto viendo un partido de fútbol? ¿Por qué tengo que estar 90 minutos aferrado a la silla, pidiendo que se termine cuando falta más de media hora? y sobre todo ¿por qué voy a levantarme -para sufrir todavía más- a las seis de la mañana para ver, simplemente, una final olímpica?

Ya sé por qué es. Es por el fútbol y porque el cani fue un héroe en el mundial de Italia y porque Brasil se fue humillado y porque con estos chicos yo también peleo, aunque por ahora, sólo en Pekín.


A propósito: ¿por qué decimos Nueva York y no New York, Londres y no London y Beijing, en lugar del Pekín de toda la vida?

lunes, 4 de agosto de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes religiosos.

Mientras esperaba para tomar el tercer avión en menos de 15 horas, derrumbado sobre unas incómodas butacas y tratando de pasar el tiempo con los ojos cerrados, me sobresalté con unas voces cercanas. Un grupo de musulmanes, arrodillados en el piso y mirando a la Meca, rezaban y cantaban en la sala de embarque del aeropuerto, llena de gente que, no necesariamente, compartía su devoción. Eran más de 20 personas (algunas vestidas con túnicas blancas, lo que hacía más llamativa su presencia), y todos juntos se hacían notar.

Los demás pasajeros se miraban y poco entendían sobre lo que estaba sucediendo. Un lugar público -y laico, ¡faltaría más!- lleno de gente, estaba siendo apropiado por un grupo de personas que lo había transformado en su espacio privado. No está bien, ¿verdad?

Mientras esperaba para tomar el tercer avión en menos de 15 horas, derrumbado sobre unas incómodas butacas y tratando de pasar el tiempo con los ojos cerrados, me sobresalté con unas voces cercanas. Un grupo de católicos, de pie y formando un círculo, rezaban y cantaban en la sala de embarque del aeropuerto, llena de gente que, no necesariamente, compartía su devoción. Eran más de 20 personas (algunas vestidas de sacerdotes, lo que hacía más llamativa su presencia) , y todos juntos se hacían notar.

Podría también copiar tranquilamente el segundo párrafo sin cambiar palabra alguna y convencido de que los dos casos son iguales, salvo por un motivo: los musulmanes rezando y cantando en la sala de espera del aeropuerto de Singapur no existen.

Catorce días después, mientras esperábamos la hora del embarque para volver a casa, -menos cansados (el viaje todavía no había empezado) pero con más ganas de llegar-, un grupo de católicos españoles creyó mitigar la espera de todos los viajeros allí presentes con su canciones. Guitarra en mano cantaban motivos religiosos y bailaban, ocupando gran parte de la sala de espera, obligando al resto de los pasajeros a tomar caminos complicados para pasar por el lugar.

Un señor, con turbante y una larga barba blanca, se acercó a nosotros (tal vez porque vio nuestros ojos desencajados ante semejante muestra de soberbia y mala educación) para preguntarnos de dónde venían los cantores. Tuve ganas de responder "de occidente", casi para disculparme. Pero no lo hice. Tal vez algo ya esté cambiando, o al menos eso espero.