domingo, 27 de abril de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes musicalizados.

Como idea no era mala, y se estaba desarrollando con cierta previsibilidad. La estaba pasando bien, charlaba, comentaba superficialidades y de vez en cuando algún bolo caía.

Lo que estaba haciendo no era jugar al bowling, era tirar una bola grande y colorada para adelante, con el inconfesado temor de que un dedo se me quedara enganchado en los agujeros que tiene para agarrarla, y tuviese que acompañar -contra mi voluntad- el pesado esférico con rumbo incierto.

Y como éramos unos cuantos, entre turno y turno se comentaba el éxito del tiro o lo bien que sienta una cerveza fría. Hasta que alguien decidió que la diversión era otra cosa; que lo que estábamos haciendo hasta ahora poco tenía que ver con divertirse. Y entonces la música subió de volumen, las luces se apagaron y los efectos luminosos se apoderaron del lugar.

Basta. Se terminó. Nadie entendía nada. Nos preguntábamos al oído si por algún lado habría una pista de baile -a la que no hubiese ido con el sólo objetivo de bailar, reafirmo-, o si ese lugar se convertiría en discoteca -cosa que no ocurrió-. Rendidos y sin respuestas comenzamos a comunicarnos con gestos, levantando las manos y respondiendo que sí a preguntas que jamás escuchamos.

Necesito saber por qué. No quiero respuestas empíricas: la normalidad no es un fundamento válido para convencerme de que la música alta y los efectos luminosos son condiciones esenciales para que se desencadene la diversión, ¿o sí?. Y como un strike es demasiado, saludo hasta el próximo spare.

sábado, 19 de abril de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes bailarines.

Y empieza la música... y se mueven los pies, y escucho el bajo, y me gusta. Y es verano y veo a uno bailar descontrolado, con la camisa pegada al cuerpo, y mojada. Y sigo sin entender por qué ese hombre está haciendo eso. Me pregunto si tendrá un fin superior o todo termina ahí, en esa diversión ostentosa, que me suena a falsa y que seguramente no lo es.

Me interrogo porque no concibo el baile como un fin. No me gusta bailar y si quisiera divertirme, algo que no debería hacer es justamente eso, bailar. Esta afirmación no es del todo cierta, porque si bien para pasarla bien -y eso es la diversión, creo yo- dejarse los pies en una pista no es la única posibilidad, a veces ayuda.

Entonces, si lo que quiero es divertirme, y para hacerlo me veo en la obligación de bailar unos minutos (que pueden ser hasta 12o, si el objetivo lo justifica), pues ahí me tendrán, oscilando sin gracia pero con cortesía.

Claro ha quedado -espero- que el baile es para mí un medio en pos de un fin superior. Una herramienta a utilizar cuando casi todo está perdido, cuando es la última opción y ya todo ha fallado. Y sin temor a equivocarme -como ya he dicho otras veces, me sobra ignorancia pero no miedo- me atrevo a arriesgar que eso le sucede a la gran mayoría de los hombres.

No es maldad. No es fijación. No es -digámoslo- machismo. El baile nos parece una pérdida de tiempo, un desgaste energético inútil cuando las cartas ya están echadas; pero sabemos que no es así para nuestras deseadas compañeras de ruta. Y en un gran esfuerzo físico y mental, hago una pausa y, gentilmente, pregunto: ¿bailamos? Hasta la próxima pieza.

sábado, 12 de abril de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes posteriores.

Sentados bajo el sol de un otoño porteño, hace algún tiempo elaboramos -esbozamos, sería más correcto- con el colega Diego Torres (quien me ha escuchado entonar sabe que no hablo del cantante) una nueva Teoría de la relatividad. Siempre física, pero a diferencia de la revolucionaria fórmula de Einstein, una física -si se quiere- más cercana a la anatomía.

Mientras una compañera se alejaba caminando lentamente, con Diego concluimos que "existe una estrecha relación entre el trasero de la mujer y la barriga del hombre, entre el gusto y la exigencia y sus cambios relativos".

Teoría totalmente empírica, ciertamente, pero no por eso menos respetable. Las pruebas fueron visuales y táctiles. Más visuales que táctiles y, generalmente, alternativas. Pocas veces -hay que decirlo- han ido de la mano ambas constataciones. Hemos visto muchas mujeres alejarse; y alejadas de gimnasios, hemos palpado -no sin resignación- nuestras barrigas carentes de abdominales.

Cambiamos con el paso del tiempo. Nos transformamos. Cambia también el sistema de referencia, y conjuntamente lo hace nuestro nivel de exigencia. Una barriga incipiente sólo puede, sin exagerar, aspirar o pretender un trasero que remita a un pasado radiante. Es -me atrevo- casi inmoral exigir en el otro lo que uno no puede ofrecer.

En un ataque antimachista -¿sorprendidas?- reclamo justicia de género. Señores: no nos dejemos llevar por gustos pasados, por adolescentes recuerdos perdidos en un ayer casi glorioso. Nuestros cinturones son hoy más largos que hace unos años. ¿Podemos honestamente pretender sólidas retaguardias femeninas sin ser conscientes de nuestra desmedida exigencia?

martes, 8 de abril de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes relajados.

Semanalmente –desde hace algún tiempo- me regalo una hora de placer. Con velocidad aclararé a qué me refiero, para evitar malentendidos y taquicardias inútiles.

Una amiga -y menos mal que pensaba aclarar- abrió un centro en el que hacen masajes chinos. Y allí voy bastante seguido para dejar dolores y llevarme placer. Aunque al principio -debo confesar- el temor se apoderó de mi.

Boca abajo, con medio trasero en vista y el chino (de ojos rasgados y con el dinástico nombre de Luigi, que suena oriental pero fue elegido por él cuando llegó a Italia) encima de mí, con su manos apoyadas en la camilla (una a cada lado de mi cabeza) y sus rodillas –sin malentendidos, gracias- en mi cintura y bajando, comencé a preguntarme para qué estaba ahí.

Cuando me vestía para irme -invicto y relajado- pensaba por qué no. Cuál era el impedimento para no hacerlo, para no pasar una hora conmigo (y con un chino en mis espaldas). ¿Qué otra cosa mejor tenía para hacer que no fuese disfrutar de lo que me hace bien?

No sé el motivo. Tal vez sea por nuestra cultura, donde sin sacrificio pareciera que no hay premio, donde siempre hay que esperar el momento justo para disfrutar. Nunca es ahora. Siempre es después.

No hace falta que llegue el sábado para juntarse con los amigos, no hace falta que sea domingo para usar el pantalón nuevo, no hace falta sufrir antes para disfrutar luego. El cielo está en la tierra, acá nomás, cerca de nosotros, ¿vamos?