jueves, 24 de junio de 2010

Apuntes, despuntes y pespuntes oníricos.

Escribo ahora porque quiero evitar suspicacias posteriores: no pienso subirme al carro de los vencedores si la selección llega lejos en este mundial. Y no pienso subirme porque ya estoy arriba y no tengo intención alguna de bajarme, ni el domingo a la noche, ni más adelante, ni después del 11 de julio.

Ya lo he dicho y lo repito: amo a Maradona. Es más fuerte, mucho más fuerte que yo. Me emociona verlo en el banco dando órdenes; escucharlo en las conferencias de prensa cuando habla con gran lucidez, manejando con calma y dureza a dos o tres desvergonzados disfrazados de periodistas; y me hace llorar cuando leo la entrevista que le dio a La Nación, mano a mano con Daniel Arcucci.

Con cautela racional me convenzo de que la final es el domingo contra México, y que después vendrán otras tres. Con cautela racional acepto que el fútbol es impredecible y que es relativamente fácil perder un partido. Esta cautela racional me llevó a elaborar durante el mundial un personaje equilibrado, moderado, temeroso de otras selecciones.

Pero es mentira. Una gran mentira. Cuando estoy solo sueño con el 11 de julio, me sueño con la voz quebrada, un nudo en la garganta y la vista nublada. Me sueño llorando junto a Roxana y los dos, abrazados con Maradona mientras levanta la copa después de haberla besado, subiendo, para siempre y para todos, al Olimpo del fútbol mundial.