jueves, 29 de noviembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes seducidos y abandonados.

Es difícil de explicar el tango. En realidad no es fácil explicar el arte. Se siente y basta. No creo que sea una música triste, pero encuentro gran dificultad para explicar cómo sentimos el tango los argentinos (o cómo lo siento yo, para no exagerar). Cómo sentimos la melancolía, la traición, la tristeza, el desengaño o el sufrimiento. En fin, el contenido del 101% de los tangos.

Arriesgo, sin temor a equivocarme -porque lo que me falta es miedo, y no porque me sobre seguridad-, que cuando escuchamos, por ejemplo, "quiero emborrachar mi corazón para olvidar un loco amor", no pensamos en el nuestro (corazón o loco amor, no importa); sino en el del pobre desgraciado que lo está cantando o -un poco más allá- en el que lo escribió. Siempre es otro el que sufre. Tampoco nos ponemos tristes porque fue abandonado, engañado y dejado miserablemente en la calle con todo su menaje.

Dudo -ahora- si esto es un mecanismo de defensa o simplemente un rasgo de nuestra personalidad. Acostumbrados a la exageración en todo sentido, reaccionamos con frialdad ante el fulano que después de comprarle un tapado de armiño, ve pasar -tiempo después- a su amada con la prenda que tanto esfuerzo le costó, y abrazada a su nuevo novio. Y pensar que hasta tuvo que dejar de fumar para regalárselo.

En cualquier caso (mecanismo o rasgo), el tango parece habernos transformado en testigos del sufrimiento ajeno sin sentir ni siquiera un poco de tristeza. No sé si está bien o está mal. No sé si es sólo en el tango o también nos pasa cuando caminamos por la calle. No es aquí donde encontrarán respuestas -pero eso ya lo sabían-; y como la música es el único placer que no es pecado, subamos el volumen del CD, y que alguno (si es el polaco, mejor) se desgarre el corazón esperando a su amada o desahogando una traición. Hasta el próximo apunte.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes de... fórmula uno.

Somos diferentes. No es ningún hallazgo, lo sé. Y si bien muchas veces se ha dicho, me subo al carro de los triunfadores sosteniendo que entre el hombre y la mujer existen demasiadas diferencias. Algunas físicas, obviamente. Muchas mentales.

Hace unas semanas, después de una abundante cena (más abundante en líquidos que en sólidos), hablábamos de temas muy serios con algunos amigos. Manteniendo el temple (suyo) y el estilo (de la charla), Dani se lamentó porque estuvo tres días tratando de recordar el nombre de un piloto de fórmula uno, "el finlandés... ese rubio con bigotes gruesos". Nigel Mansell se llama, y manejaba un Williams.

De todos los participantes a la charla había sólo una testigo. Que no entendió -porque no quiso o porque no pudo- que cuando un hombre se queda fijo, en silencio y con la vista perdida mientras mira televisión, pueden estar sucediendo dos cosas: o está mirando televisión, o está pensando en el Nigel Mansell de turno.

Para muchos es una charla cotidiana. Para otros, recurrente. La mujer pregunta y el hombre responde con un clásico y (poco) efectivo "nada". No estamos pensando en nada, ¿o de verdad quieren saber? La mayor parte de las veces sentiríamos un poco de vergüenza si tuviésemos que confesar que nuestra mente estaba en el lejano oeste, o que si hubiese sido más rápido era gol. Cantado. Que podría haberle pegado de aire, así como venía, en vez de pararla y buscar mi mejor perfil (si lo tuviese).

No tengo pretensiones de recopilar escenas de la vida de pareja, en todo caso lo dejo en sus manos (o vuestras, como diría Dani). Aquí me detengo, entonces, porque sospecho que sería de poca utilidad. Pero antes de terminar, creo que como muestra basta un botón: algunos días después de la charla que habíamos tenido, Dani estaba sentado en el sofá mirando -en silencio- televisión. La testigo le preguntó en qué estaba pensando. En Nigel Mansell, dijo mi amigo. Ella juntó sus cosas, y se fue. Hasta el próximo despunte.


Corrección: Mansell, como bien apunta Fernando, es Inglés. La abundancia de alcohol y la carencia de conocimiento llevan a cometer errores inesperados.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Apuntes y despuntes modestamente orgullosos.

Voy a decir algo que puede sonar fuerte. Y después de decirlo intentaré explicarlo: no siento orgullo por Argentina. No siento orgullo por mí país. No lo sentiría por Alemania si hubiese nacido en Berlín, ni por China si tuviese la piel amarilla, ni por Suecia si fuese un irresistible rubio de ojos celestes.

Siento orgullo, sí, por la cosas que hago y por las que no (no por todas, ni de unas ni de otras), por mi familia y por mis amigos. Son hechos, son personas, no entidades abstractas que mucho abarcan y poco aprecian. Y siento orgullo, además, por cinco hombres vestidos de negro que desde hace 40 años demuestran que se puede ser serio, trabajar en serio y tener éxito.

Definir a Les Luthiers como cinco hombres vestidos de negro es como decir que el fútbol es un deporte donde 22 hombres corren detrás de una pelota o, peor aun, que 500 gramos de papel y dos litros de tinta son una novela policial. Es obvio que estas últimas no son definiciones mías, pero me remito a mí primer texto por si alguien tuviese algo para reclamar.

Decía que siento orgullo por Les Luthiers, y lo siento fundamentalmente por una cosa: son, tal vez -y aquí entra en juego la pasión y comienza su retirada la razón-, la mejor expresión de nuestra cultura popular. O al menos es la que prefiero, la que desearía que fuese nuestra cultura, mí cultura. De esta sí (y también) estoy orgulloso.

Pensar. Trabajar con seriedad. Buscar la excelencia con esfuerzo y paciencia. Sin prisas, con honestidad y sin engaños. ¿Será mucho si digo que Les Luthiers pueden ser unos de nuestros próceres del siglo XX y -cuanto menos- del que le sigue?. A muchos conmemoramos por discutibles ideales y dudosos métodos, así que -aun exagerando- declaro, con orgullo, a Les Luthiers próceres de mi querido país. Hasta la próxima.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes de... terceros.

Admiro a los buenos periodistas. La capacidad para encontrar, observar y contar una historia tiene algo de artístico. Y si bien lo intento, puedo sólo comentar -sin demasiadas pretensiones creativas- pequeñas observaciones de la vida cotidiana.

Me sorprende la actitud que toman ciertas mujeres cuando van en coche con su novio. Más grande, más lujoso y más caro es el auto, menos sonríen. En silencio. Mudas, serias, como enojadas y con la vista perdida en un horizonte que, generalmente, termina un metro más adelante.

Me gusta cuando las vendedoras en Buenos Aires dicen el precio usando el condicional: "serían -se atajan- 25 pesos". Como si fuese una posibilidad, una opinión o cuestión de buena voluntad del comprador pagar los 25 pesos que vale el producto que desea llevarse.

¿Por qué los jugadores de fútbol se expresan en tercera persona?: "Tevez es un jugador con llegada, con gol y que intenta trabajar para el equipo", es la respuesta a la pregunta que un periodista (incisivo y creativo), le hizo a... a Carlos Tevez. Es como si hablar en tercera persona transformara, a quien lo hace, en testigo. Testigo y parte (indefectiblemente, esto sí) de las propias acciones.

Pero el punto más alto del discurso expresado en tercera persona lo tocan -cuando no- las madres. Es raro, porque en general la tendencia es hacia la apropiación del niño: "no me come, doctor", se preocupan. "Mire lo que me hace", se ofenden. Pero cuando se trata de convencer, lo intentan despersonalizándose: "no llores, mi amor. Cuando mamá llegue te prepara la comida" dice una señora a... a su propio hijo.

Ha llegado al final del texto convencido de que fue demasiado largo para demasiado poco. Intenta no bajar el nivel aunque es consciente de que siempre se puede ir más abajo. El autor de este blog espera que las musas vuelvan, o lleguen -siendo (él) más realista-, para seguir compartiendo pensamientos en forma de apuntes. Así que Mauricio los saluda hasta la próxima vez.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes de... revistas.

El cine siempre, las Para Ti antes y las Cosmopolitan hoy, han causado mucho daño en las relaciones de pareja. Exigen, sin compasión, comportamientos extremadamente románticos para cualquier persona. Sobre todo si esta persona es un hombre (convengamos y aceptemos).

Así las cosas, las opciones se reducen y las consecuencias se hacen patentes. Con extrema facilidad nuestros discursos se vuelven empalagosos. Casi como si escribiéramos un bolero en cada declaración de amor; o cada vez que solicitamos, gentilmente, que nos alcancen la sal. Un lenguaje que de tan dulce corre el riesgo -cada día- de transformarse en diabético.

Con sorpresa me detengo frente a los quioscos de revistas: "Diez consejos para ser una diosa", clama un titular. "Cómo conquistar a tu príncipe azul", promete otro. Demasiado fácil para ser cierto. Tan inverosímiles como las promesas de las revistas de manualidades. La carpintería parece ser el pasatiempo preferido.

Hay quienes dicen que fue una venganza después de ser parte del trío más inocente y menos erótico de la historia de la humanidad. Otros, que fue la energía provocada por un cálido mate al despertar. El motivo no importa. Pero después de una tarde con grandes movimientos -dictados por la pasión y promovidos por la escasa frecuencia o la frecuente escasez (sólo a veces)- una amiga compró una revista que enseñaba cómo transformar una normal cama de cuatro patas en un somier apoyado en el suelo. Y lo logró.

No ha sido la única que ha caído en tentaciones editoriales. Conozco a varias personas que, aun siendo carpinteros, se han dedicado al tejido. Patas de lana autosuficientes, que le dicen. Hasta la próxima.

martes, 6 de noviembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes de... ¿de qué?

Convengamos que la poesía no ayuda: "el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos". Y en cada conversación (y también en cada beso, por qué no) la búsqueda, ya no de una respuesta, sino de La respuesta. Vivir con seguridades pasajeras (sabemos que lo son, aun sin admitirlo), es tan negativo como hacerlo con dudas eternas. El exceso de seguridad lleva -casi siempre- a la soberbia. La inseguridad -cuanto menos-, al egoísmo.

El tiempo es -se me antoja- un aliado. Un aliado del enemigo, si es que lo hubiera. Cada día se parece a un año, y cada año que pasa, a una vida que se va. Y si complicado es vivir preguntándose qué es lo que uno debería hacer; no cuestionárselo, es fatal. Supongo -con exceso de arrogancia y escasez de convicción- que quienes no se cuestionan nada viven felices. Lo supongo, pero no lo espero.

Vivo con dudas. No dejo de preguntarme qué es lo que tengo que hacer. Y me respondo con inútiles preguntas; por retóricas y por inútiles. Pero también sé que no podría vivir de otra forma. No me interesa la felicidad del distraído. Prefiero que la desazón sea el punto de partida, y no llegar a la meta sin darme cuenta.

Quiero, y de esto sí estoy seguro, poder elegir. Que cada decisión que tome sea mía, compartida (siempre es mejor) o autónoma. Pero eso sí: deseo fervientemente ser parte activa en la elección de mis destinos, y no un inerme testigo de mis propios desenlaces. Hasta un próximo -espero cercano- despunte.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Apuntes, despuntes y bonitos pespuntes.

Me gusta la zamba. Tal vez sea, de nuestro folclore, el ritmo que más me entusiasma. Del mismo modo que en el tango hay una exageración -y jactancia- del sufrimiento, en el folclore -me parece- los poetas abusan de la nostalgia del querido pueblo, del añorado pago, y no sólo. A cada sustantivo corresponde -al menos- un adjetivo. Una empalagosa construcción de comunes lugares que concluyen, siempre, en la desinteresada pero cabal mentira.

¿Alguien pasó por Cerrillos? Sinceramente: ¿podrían cantar "cómo olvidarte Cerrillos si por tu culpa tengo mujer" sin ser conscientes de la exageración?; o "veras que lindo es el río desde el puente carretero": ¿qué río? ¿Cuándo? ¡Si está seco la mayor parte del año!

En los años 60, todos cantaban "Angélica, cuando te nombro...". Bien. Bien. Está bien, nada tengo para decir. Pero "si un águila fue tu cariño,/ paloma mi pobre alma,/ temblando mi corazón en tus garras sangró/ y no le tuviste lástima", ¿puede considerarse una declaración de amor?. Aunque algo de eso debe haber, porque "no olvidaré cuando en tu Córdoba te vi/ y tu clavel bajo los árboles robé" me suena a modesto eufemismo.

Menos mal que entre tanto económico verso (me contagié, perdón) hay poetas que logran elevarse y, también, redimir tanta festivalera poesía (¡y dale...!). Escuchen -si quieren, claro está- "La pomeña", con música del Cuchi Leguizamón y la letra de Manuel J. Castilla: "La cara se le enharina, la sombra se le enarena. Cantando y desencantando, se le entreveran las penas". Para qué más si con esto alcanza. Hasta la próxima.