Es difícil de explicar el tango. En realidad no es fácil explicar el arte. Se siente y basta. No creo que sea una música triste, pero encuentro gran dificultad para explicar cómo sentimos el tango los argentinos (o cómo lo siento yo, para no exagerar). Cómo sentimos la melancolía, la traición, la tristeza, el desengaño o el sufrimiento. En fin, el contenido del 101% de los tangos.
Dudo -ahora- si esto es un mecanismo de defensa o simplemente un rasgo de nuestra personalidad. Acostumbrados a la exageración en todo sentido, reaccionamos con frialdad ante el fulano que después de comprarle un tapado de armiño, ve pasar -tiempo después- a su amada con la prenda que tanto esfuerzo le costó, y abrazada a su nuevo novio. Y pensar que hasta tuvo que dejar de fumar para regalárselo.
En cualquier caso (mecanismo o rasgo), el tango parece habernos transformado en testigos del sufrimiento ajeno sin sentir ni siquiera un poco de tristeza. No sé si está bien o está mal. No sé si es sólo en el tango o también nos pasa cuando caminamos por la calle. No es aquí donde encontrarán respuestas -pero eso ya lo sabían-; y como la música es el único placer que no es pecado, subamos el volumen del CD, y que alguno (si es el polaco, mejor) se desgarre el corazón esperando a su amada o desahogando una traición. Hasta el próximo apunte.