lunes, 30 de marzo de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes de látex.

Un discurso puede analizarse desde diferentes puntos de vista. Cada observador elige un lugar y desde ahí comienza su recorrido crítico.

Estaba yo en Angola esperando que Benedicto XVI llegara al continente africano para seguir con su incansable tarea de evangelizar, cuando sus declaraciones realizadas desde el avión papal irrumpieron con fuerza en escena.

Dijo Ratzinger, a propósito de la lucha contra el SIDA, que el preservativo no sólo no es la solución, sino que "aumenta el problema". Dada la "infalibilidad" del Papa, los periodistas no pueden repreguntar; así que hecha la declaración, hecha la interpretación.

Se me ocurren tres puntos de vista -habrá más, seguramente- para comenzar a entender esta afirmación: el Papa es ignorante, es tonto o es malintencionado. Descarto lo primero, me debato entre el resto y me decanto por lo último (no se llega a suceder a Pedro sin astucia).

Aun sin compartir, puedo entender la posición de la jerarquía de la Iglesia Católica (hay diferencia entre jerarquía y base) a favor de la abstinencia como método para combatir el SIDA. Lo que es inadmisible, lo que no puede tolerarse, es la mentira. Muchas cosas pueden decirse del preservativo, pero afirmar que "aumenta el problema" del SIDA es un pecado.

Esta simple frase, pronunciada desde el fundamentalismo religioso, puede tirar por tierra años del trabajo realizado por organizaciones humanitarias y millones de dólares invertidos en campañas educativas para prevenir enfermedades de transmisión sexual. Simple, fácil, grave.

Mientras tanto, la cifra de enfermos crece sin parar en África. Los hombres continúan abusando de mujeres que bien podrían optar por la abstinencia -si sus abusadores se lo permitieran- y miles de niños ven cómo sus padres y madres terminan sus días rendidos ante el SIDA. Como dicen en mi pueblo, "a llorar a la iglesia".

miércoles, 25 de marzo de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes angoleños.

No estoy totalmente convencido de que la primera impresión es la que vale, pero incide. El orden no parece abundar en tierras angoleñas, y el primer síntoma lo vimos en el aeropuerto. Entre desordenadas filas de acaloradas personas nos abrimos camino para llegar hasta el señor que debía controlar si teníamos puestas las vacunas obligatorias para entrar al país. Y entramos.

Antes de llegar al coche que nos esperaba, un nuevo síntoma: nos pidieron 20 euros para dejarnos pasar sin hacer una cola. No pagamos. Y pasamos. La policía aquí no inspira seguridad, sino miedo. Arrogancia, mucha; privilegios, también. No vi pizzerías, pero si las hubiese, seguro que se comerían -sin pagarla, claro está- una grande con morrones. Sí vi, en cambio, cómo desayunan gratis en los hoteles.

Fea. La capital de Angola es fea. Fue linda, dicen. Les creo por respeto y porque la guerra civil terminó hace siete años. Están reconstruyendo el país, y se nota. No es sólo una reconstrucción edilicia (a Luanda no llegó la guerra pero es como si lo hubiese hecho), sino institucional, civil, de orden público. El tráfico es otro síntoma de la falta de reglas y estructuras (hay pocas calles asfaltadas): dos horas para hacer diez kilómetros.

El gobierno intenta crear básicas normas de convivencia: "La basura en su lugar es un lujo", dice un cartel pegado en los contenedores, en los pocos que hay por las calles, sintomáticamente sucias y destruidas. "Respete al peatón, no circule por la vereda", sorprende y confirma otro.

No sé si la cura llegará para tantos síntomas de un país convaleciente. Mientras tanto, las grandes multinacionales, con sus ejecutivos hiperpagados desembarcan en Angola y convierten a Luanda en la ciudad más cara y, posiblemente, una de las más desiguales del mundo: para algunos, empleos "bien pagados" a 300 dólares, para otros, sueldos envidiables de 20.000 billetes americanos al mes, más casa y coche con chofer.

Pocos antídotos hay para soportar estas diferencias, pero volví con varias "curitas en el alma". Superaba por poco mi cintura, por eso tuve que agacharme para escuchar cómo me pedía un recuerdo para él, mientras me tomaba de la mano. Recién salía de la escuela, con guardapolvos blanco y mochila al hombro. Contento volvió a su casa con un regalito abrochado en la solapa. No sé si sabrá que, en realidad, el recuerdo me lo dejó él. Fue un abrazo fuerte, sentido, genuino, inolvidable...

miércoles, 11 de marzo de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes selectivos.

En unos días me voy a África. La primera sorpresa fue la cantidad de vacunas que tuve que ponerme: fiebre amarilla, hepatitis B, tifus, tétanos, meningitis, difteria y para terminar (aunque nunca es el final) cólera y una pastilla diaria -desde un día antes de la partida hasta 7 días después del regreso- para la malaria. Completito. Soy un laboratorio andante.

La segunda sorpresa fue después de conocer la cantidad de horas de vuelo. Desde Lisboa son ocho. Antes, las casi tres desde Roma hasta Portugal. Demasiadas para nosotros, si pensamos que los vuelos europeos son bastante más cortos.

Cuando supe que eran ocho horas de vuelo, la vergüenza travestida de calor me invadió completamente. ¿Por qué pienso en África y no en el país al que voy a trabajar? ¿Por qué no tengo ni la menor idea de la distancia que hay entre Italia y Angola? ¿Por qué puedo señalar con el dedo, con poco margen de error, adónde está Atlanta y no sabía hasta hace una semana que Luanda es la capital de Angola?

Tal vez una cifra ayude a explicar el porqué de tanta ignorancia o de conocimiento selectivo: 300 euros. Esto es lo que vale la vida, o la protección de la vida. El que tiene el equivalente a 1400 pesos argentinos, se vacuna y se pone a salvo de las enfermedades que azotan a millones de personas que viven en un continente inmenso e inmensamente rico. Lugares y personas que interesan poco y nada al resto del mundo. El petróleo y los diamantes angoleños, en cambio, sí.

martes, 3 de marzo de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes privados.

Este domingo hizo calor en Córdoba, me dijo el negro. Me dijo también que puso el aire acondicionado bastante fuerte, que discutió con su mujer por la baja temperatura -esto no me lo dijo pero las mujeres siempre tienen frío así que lo doy por hecho- y que compró el partido de River para verlo por DirectTV.

Después de comentar el 5 a 1 con cierta rapidez -quién sabe por qué- mostró su alegría por el gol de Crespo en el Inter. Parece mentira -me decía- que yo me preocupe por Hernán Crespo. ¡Es más! Sufro por Nalbandián, que es una empresa. Es como hacer fuerza por Arcor, exclamaba casi indignado.

En Italia todos los clubes de fútbol tienen dueño. Pero dueño de verdad que pone el dinero, y gana o pierde según los resultados. Para los hinchas esto no tiene importancia alguna: se puede perder la voz alentando a la Juventus mientras los Agnelli (o sus vástagos) brindan con champán francés al final del partido. El dueño del Inter es un petrolero que ha perdido mucho dinero con el fútbol, pero dicen que sus hermanos prefieren que pierda con el fútbol y no que maneje sus empresas, porque sería peor.

Eso, peor no podía ser: "encima como lo había pagado me lo vi entero", lloraba el negro desde Córdoba. "¡Quería descomprarlo!", decía, en una muestra más de la simpleza del hincha. Su vida por volver el tiempo atrás. No estaría mal volver, por ejemplo, a los primeros días de diciembre: para algunos un largo verano, para otros, el mejor invierno en muchos años.