jueves, 2 de julio de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes amplios.

Hay diferentes formas para comprobar las consecuencias del paso del tiempo sobre nuestro cuerpo. Una de ellas es buscar una foto vieja (posiblemente del verano y en traje de baño) y llevarla -con extrema precaución- a las cercanías de un espejo.

La evidencia de los años transcurridos salta a la vista -salvo en el caso de Berlusconi: con tantas cirugías, implantes capilares y maquillajes varios, se veía más viejo cuando era joven- . Aunque irrefutable, esta no es una constatación demasiado útil. Somos nosotros mismos los que nos vemos, y no alcanza.

Hace unos días me tocó hacer lugar en los armarios. Esta es otra forma de comprobar que muchos días han quedado atrás. Fue inevitable encontrarme con el pasado. Un pasado en forma de pantalones que hoy sólo podría calzarme hasta poco más arriba de las rodillas. Esto sí parece que alcanza para darse cuenta del paso del tiempo, aunque no es totalmente demoledor.

Lo tremendo, lo angustiante, lo peor, en definitiva, fue ver una foto de mi mujer y sus amigas jugando con uno de mis nuevos pantalones. Una de un lado, otra del otro y en el medio algo parecido a una gran bandera de algodón, color natural; una especie de estandarte con piernas que esperaba, impotente e imponente -debo admitirlo- que una mano amiga le hiciera el ruedo.

Como siempre, me resisto a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero recuerdo todavía cuando carente de costurera, me prodigaba con mis expertas manos en las técnicas de la termo adhesión.