Ante la duda... dice el conocido refrán, la elección, amigas, es obvia. La duda es, además, una gran motivación para aprender. Sin duda no hay crecimiento. Sin duda no hay curiosidad.
Pero son las ideas de la gente las que deberían despertarnos curiosidad. Tener más interés por las personas que por las ideas ajenas es señal de, al menos, aburrimiento. Y ni hablar si lo que importa no es ya la gente o sus ideas, sino lo ajeno. Ahí ya estaríamos, claramente, frente a un hecho tipificado, con gran precisión, en el código penal.
Da pena cuando la gente se preocupa poco por la educación, menos por el crecimiento y nada por el respeto. Sospecho que existe una relación inversamente proporcional entre la carencia de estos tres elementos y la abundancia de curiosidad desperdiciada, inútil, chismosa. Creo que la relación entre la habladuría y el aburrimiento es, en cambio, directamente proporcional.
Aprovechemos entonces la curiosidad para aprender, para crecer, para llevar nuestro horizonte un poquito más allá de la punta de los zapatos. La curiosidad es hija de la ignorancia y madre de la ciencia, dijo un filósofo; la sospecha es prima de la suspicacia, tía de la ofensa y amiga de una amiga de la calumnia, dijo un rosarino, creador de aforismos, impulsado por el negro Fontanarrosa.
Dos caminos, dos recorridos, dos resultados con un punto de partida común. Uno, el más largo, el más complicado, el más difícil, aunque el mejor. Si la elección cae en el otro camino, deberíamos admitir que sin curiosidad estaríamos mucho mejor.
Pero son las ideas de la gente las que deberían despertarnos curiosidad. Tener más interés por las personas que por las ideas ajenas es señal de, al menos, aburrimiento. Y ni hablar si lo que importa no es ya la gente o sus ideas, sino lo ajeno. Ahí ya estaríamos, claramente, frente a un hecho tipificado, con gran precisión, en el código penal.
Da pena cuando la gente se preocupa poco por la educación, menos por el crecimiento y nada por el respeto. Sospecho que existe una relación inversamente proporcional entre la carencia de estos tres elementos y la abundancia de curiosidad desperdiciada, inútil, chismosa. Creo que la relación entre la habladuría y el aburrimiento es, en cambio, directamente proporcional.
Aprovechemos entonces la curiosidad para aprender, para crecer, para llevar nuestro horizonte un poquito más allá de la punta de los zapatos. La curiosidad es hija de la ignorancia y madre de la ciencia, dijo un filósofo; la sospecha es prima de la suspicacia, tía de la ofensa y amiga de una amiga de la calumnia, dijo un rosarino, creador de aforismos, impulsado por el negro Fontanarrosa.
Dos caminos, dos recorridos, dos resultados con un punto de partida común. Uno, el más largo, el más complicado, el más difícil, aunque el mejor. Si la elección cae en el otro camino, deberíamos admitir que sin curiosidad estaríamos mucho mejor.