viernes, 30 de enero de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes cremosos.

Me gusta la alta cocina. En realidad nunca probé un plato de alta cocina, pero me gusta ver cómo trabajan los grandes chefs. Escucharlos mientras cuentan cómo pensaron la crema de eucalipto australiano hidrogenado, o cómo prepararon el polvo de mejillones que decora el atún al horno con salsa de tomate cristalizado, por ejemplo, me encanta.

Son artistas, creo yo, porque para hacer ciertos platos es necesaria una gran dosis de inspiración, además del conocimiento y el trabajo. Claro que el inventor de la plancha eléctrica también tuvo que inspirarse, pero tenía un fin que superaba su invento. Aunque su objetivo no era, como podría pensarse, quitarle las marcas a sus camisas, sino evitar tener que ir a buscar carbón para que su mujer se las planchara.

Lo único que no comparto con estos grandes cocineros es su mezquindad. Deberían decidirse: o platos más chicos, o porciones más grandes. La ramita de romero crocante quedará muy linda, pero si la carne preparada con finas hierbas apenas se intuye debajo de la ramita, la cosa no pinta bien. De todas formas, marcan tendencia, influyen en otros cocineros y también en nuestras cocinas y en nuestra forma de cocinar.

Tal vez por eso, cuando salió del horno el pastel de papas, no me llamó demasiado la atención un detalle: los pasteles que había visto antes tenían la carne cubierta de un puré consistente y crocante. Y para decorar, toda la superficie rayada con un tenedor. Este, en cambio, no.

El puré era una suave crema de papas, inconsistente. Supuse que era una nueva receta, influenciada por el Gurmet o Utilísima, pero no. El puré siempre se ha hecho pisando la papa manualmente, y debería ser siempre así. No hace falta una licuadora. La tradición, queridos amigos, no es una mala palabra.

jueves, 22 de enero de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes numismáticos.

Existe una rara costumbre que no comprendo pero a la cual me he rendido sistemáticamente: arrojar monedas a una fuente para pedir deseos. Si se pasa por la Fontana di Trevi, es inevitable sentirse un poquito Mastroianni y escuchar la voz de Anita que te dice: "vieni, Marcello..." y ahí vas, con una moneda en la mano y la dignidad en la otra, bien guardada en el bolsillo.

Tenía una alcancía a la que hace poco le llegó el final. El chanchito había quedado sin lomo después de una caída, y brillaban un montón de monedas en su interior. Con voluntad las conté (había muchas), las metí en una bolsa y las llevé a un bar amigo para que me las cambiaran. No las quisieron. Tenemos muchas y no sabemos qué hacer con ellas, dijeron con gran simpatía, y las rechazaron.

Hace unos años, me contaba un amigo, en Italia faltaban monedas. En los quioscos te daban un papelito -una especie de Patacón centesimal- que circulaba reemplazando las monedas. De qué época estamos hablando, le pregunté. Hace como 30 años, me enmudeció.

En Argentina podríamos ser pioneros -una vez más, después del colectivo, la birome y el dulce de leche- e introducir una nueva costumbre: arrojar billetes a las fuentes para pedir deseos. Deberíamos pensar un poco mejor el tema de la intrínseca incapacidad de los billetes de dos pesos para flotar sin arruinarse, pero ese es otro tema.

miércoles, 7 de enero de 2009

Apuntes, despuntes y pespuntes de autores.

No seré yo quien contradiga a Eladia Blázquez, pero cada vez que escucho su "Honrar la vida", me entra el miedo y la duda. Sus palabras me suenan un poco exageradas, y tal vez hasta sospecho un dejo de arrogancia; pero así son los artistas.

Temo y dudo porque no sé desde qué momento se comienza a honrar la vida. Posiblemente sea algo demasiado personal, así que doy por hecho que la estoy honrando y me dedico a vivirla.

¿Y ahora? ¿Qué es vivir? ¿Cómo se hace? Hago como quiero y como puedo, y se terminó. A otra cosa. Ya se verá.

Entonces vivo cuando me encuentro con amigos. Vivo cuando hay una buena cena o cuando como lo que hay. Vivo mientras miro la tele en el sofá, con un buen mate y mejor compañía. Cuando sale el sol y deja de llover o cuando llueve y me quedo en casa. Cuando escucho buena música -que copio- y sumo y sigo...

Releyendo para seguir y terminar, no parece tan complicado vivir, aunque sospecho que es sólo una ilusión. O tal vez no. Quizás la dificultad está en eliminar el ruido, quedarse con lo que sirve, con lo que vale, con lo esencial, y con lo que sobra que hagan canciones y las registren en SADAIC.