jueves, 27 de diciembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes... catódicos.

Ayer la policía encontró a un hombre muerto en su casa. Estaba vestido, recostado sobre la cama sin abrir y con el televisor encendido. Deceso por muerte natural, sentenció el forense.

La policía entró a la casa después de que su hermana (la hermana del hombre que murió), llamara preocupada a la comisaría porque su hermano no respondía al teléfono. Quería desearle una feliz Navidad.

Nadie se había dado cuenta de su ausencia. A ningún vecino del pueblo le llamó la atención que las cartas se acumularan en el buzón. A nadie le sorprendió que no saliera más de su casa, ni que el televisor estuviese encendido día y noche sin descanso. A nadie le hacía falta este hombre. Estaba muerto desde hacía cuatro meses.

Seguramente le sobrarían motivos para su soledad y su distancia. Su familia también tendría los suyos para llamarlo cada 4 meses. Tendría motivos (él y los demás también) para carecer de amigos. Aunque uno sí tenía.

Lo acompañó hasta su último respiro y más. Inmóvil pero activo. No dejó de hablar ni un minuto, nada lo detuvo. Si sintió pena no lo sabemos (sospecho que no), pero ahí estuvo hasta el final. Cuando la policía se llevó el cuerpo, el último agente que quedaba en la casa tomó el mando, apretó el botón rojo y el último (o el único) de sus amigos, de pronto, aun inmóvil, se apagó.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes de... Navidad.

Como cada año, y desde hace mucho tiempo por si no lo sabían -o no se habían dado cuenta-, se festeja la Navidad (cuando me lo propongo soy un intrépido para dar noticias). Es, sin duda, un momento para hacer balances. El que quiere los hace, y el que no, se come un pan dulce, brinda con sidra y a otra cosa.

No voy seguido por el centro de la ciudad así que no veo las vidrieras adornadas con bolas rojas y nieve de fantasía (que aquí sí tiene sentido). Me doy cuenta de la Navidad por (al menos) tres cosas: cuando veo el calendario es la primera de las tres, las publicidades en televisión (invasivas, groseras y exageradamente empalagosas) y en tercer lugar, por el armado del pesebre en la plaza de San Pedro.

Si bien es siempre el mismo (lo que supone una cierta familiaridad para montarlo) los encargados de construirlo tardan semanas. Todavía no está terminado aunque ya falta poco para la celebración del nacimiento de Jesús de Nazareth. Tal vez -y es sólo una opinión- si fuese más modesto (parecido al original), sin tantas pretenciones, ya estaría terminado y listo para ser fotografiado.

Pero hay también, junto al pesebre, un árbol gigante. No es siempre el mismo. Este año viene desde los Alpes. Ciento cuarenta metros de altura cortados a ras del suelo, para terminar -más tarde- como combustible de alguna estufa vaticana. No hace falta. No es necesario. Creo yo que Jesús no estaría de acuerdo. Si hoy fuese ayer, no le habría gustado.

Se puede creer o no en la divinidad de este hombre. Lo que está -me parece- fuera de discusión es su importancia, su influencia en nuestra cultura y su capacidad para cambiar la historia de occidente. Si hoy volviera (para algunos) o naciera (para otros), seguramente no estaría de acuerdo, entre otras tantas cosas, con el ostentoso pesebre o con el árbol moribundo.

Temo que muchos de sus fieles no lo seguirían si volviese. Temo que no tendría la fuerza para cambiar demasiado. Tenemos otros dioses que se apagan y se encienden con el control remoto. Más fácil. Menos compromiso. Más efectivo.

Temo también, que si regresara a nuestra tierra, yo no estaría entre sus discípulos. Estoy tan seguro de esto como de que tampoco estaría entre sus traidores. Pero es demasiado para un texto y demasiado pretencioso para mi. ¡Feliz Navidad! Muchas felicidades, de verdad, y a tomar y comer lo suficiente, o sea: mucho. Hasta la próxima vez.

¡Ah! ¡Me olvidaba! Si ven a un señor gordo, con barba y vestido de rojo, que les hace promesas a cambio de ciertas facilidades, es -como en el viejo chiste- un hombre disfrazado. No crean en todo lo que ven.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes con actitud.

En Italia (y sobre todo en Nápoles) dicen que el mejor café se toma en Nápoles. Todos tienen una teoría diferente sobre las causas del sabor. Efectivamente en Nápoles se toma un muy buen café y la mayoría dice que es por la calidad del agua de esa zona. Una tarde le pregunté a un napolitano si el sabor se debía al agua, y me contestó que no. Es la actitud, me dijo. ¿La actitud del que lo prepara?, me sorprendí. "No, la actitud del que lo toma", sonrió.

Borges se preguntaba si cuando los anglosajones dicen "moon", tendrán la misma sensación que tenemos los latinos cuando decimos "luna". Y posiblemente aquí también es la actitud quien toma las riendas, quien asume el control de la situación, y en definitiva, quien nos hace sentir más o menos; y sentirnos bien o mal, mejor o peor.

Existe un método -el método Silva- que se centra fundamentalmente en desarrollar una actitud positiva en las personas que lo practican. Mercedes (hija, esposa, múltiple madre, bailarina de danza del vientre, estudiante de inglés y amiga) lo practica desde hace años. Ella se "pone en Silva" y no hay nada que se le resista. Por momentos logra hasta detener el tiempo para que el banco no cierre. Y el banco sigue abierto sólo por ella, claro.

Tal vez influenciado por los ya famosos Refutadores de leyendas, o simplemente por exceso de racionalismo, me resisto a creer que todo es actitud. Ayuda, supongo, pero no debería ser determinante. Inútiles con actitud positiva podrán ser felices, pero no un ejemplo. Prefiero pensar que el banco sigue abierto porque aun no es la hora de cerrar o, en todo caso, por la actitud displicente del empleado que todavía no dio media vuelta de llave para irse a comer, y no por mi actitud positiva.

He probado casi todo -lo confieso- sin éxito alguno. Agua corriente, agua mineral, variados recipientes, bombillas de madera, lata o alpaca, diferentes marcas de yerba, y nada. El mate no sabe igual por estas tierras. ¿Qué dicen?
¿Pruebo con la actitud? Hasta la próxima ronda.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes de... costura.

Hace unos días descubrí -porque Roxana me lo dijo- que a los pantalones no hay que hacerles más el ruedo. Ahora se usan "doblados", sin más. Enarbolando una conservadora transgresión (como si de mantener vivo un centenario oficio en vías de extinción se tratara), seguí luchando para acortar mis nuevos y desproporcionados pantalones. Demasiado largas las piernas para tan avispada -y gracias por la licencia- cintura.

Terminada la complicada tarea -y contemplando el éxito obtenido- me doy cuenta de que es más fácil hacer un ruedo, que echarse al ruedo. Ponerse en juego es una de las tareas más difíciles (porque tal vez la más necesaria) que nos toca enfrentar.

Si bien no importa la edad, creo que el mérito es mayor cuando se está más cerca de la jubilación que del primer sueldo. El miedo y las dudas -eso sí- me parecen similares. Y aunque son varios los factores que entran en juego, no será el temor al fracaso lo que nos frene, ni tampoco el conformismo disfrazado de tranquilidad.

Preparemos entonces el traje de luces que siempre hay un toro que nos espera. Afilemos la espada y tomemos las medidas de la capa. O del pantalón, para abandonar las metáforas taurinas. Yo ya tengo lista mi tijera. Aguja e hilo, no hacen falta. Los transgresores del ruedo utilizamos una cinta termo adhesiva, que con la plancha a 180º y buena voluntad, hace maravillas. Hasta el próximo -hoy sí- pespunte.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Apuntes, despuntes y pespuntes... especiados.

Me abruman. Me agotan. Son absolutamente innecesarias. No hay ningún motivo -salvo el económico, claro está- para tener que soportar nuevamente a las Spice Girls. Es una pena, porque ya casi habíamos olvidado la monotonía, el ruido y la electrónica como único concepto. Ellas -y sus productores discográficos- no.

Ya era suficiente que Victoria (la más esquelética y la que peor se mueve de todas) se casara con Beckham y llenase las crónicas rosas con sus obscenas compras. Dicen que cerraron un piso de "El corte inglés" de Madrid para que ella comprara ropa para sus tres hijitos, pobrecitos.

Después de su regreso a los escenarios en Canadá, los comentarios giraban alrededor de sus hijos, de cómo hacían para cuidarlos con tanto viaje, si jugaban entre ellos y si pensaban en aumentar la familia (luego de aumentar -aun más- sus cuentas corrientes). ¿Y la música? Bien, gracias.

No soy un fundamentalista. Muy aburrido sería un baile en el Club Argentino con la novena sinfonía de Beethoven, y poco rendidor un concierto cuartetero (aunque sea de la mona Jiménez) en el teatro Colón. Sin ir tan arriba ni tan abajo, hay términos medios que vuelan alto. Aterricemos y dejemos por un momento las medidas de altitud.

Por suerte hay otros regresos. Sorprende mirar hacia atrás y tomar conciencia del tiempo que pasa. Que veinte años no es nada lo sabemos porque lo escuchamos desde hace mucho más que veinte años. Otro ejemplo, uno más para confirmar que la buena música sobrevive a casi todo. No hacía falta que las chicas condimentadas volvieran. No hacía falta que Sting se acordara de The Police, porque su música sigue viva aun con el paso del tiempo.
Pero se agradece, y mucho. Hasta la próxima.