Como cada año, y desde hace mucho tiempo por si no lo sabían -o no se habían dado cuenta-, se festeja la Navidad (cuando me lo propongo soy un intrépido para dar noticias). Es, sin duda, un momento para hacer balances. El que quiere los hace, y el que no, se come un pan dulce, brinda con sidra y a otra cosa.
No voy seguido por el centro de la ciudad así que no veo las vidrieras adornadas con bolas rojas y nieve de fantasía (que aquí sí tiene sentido). Me doy cuenta de la Navidad por (al menos) tres cosas: cuando veo el calendario es la primera de las tres, las publicidades en televisión (invasivas, groseras y exageradamente empalagosas) y en tercer lugar, por el armado del pesebre en la plaza de San Pedro.
Si bien es siempre el mismo (lo que supone una cierta familiaridad para montarlo) los encargados de construirlo tardan semanas. Todavía no está terminado aunque ya falta poco para la celebración del nacimiento de Jesús de Nazareth. Tal vez -y es sólo una opinión- si fuese más modesto (parecido al original), sin tantas pretenciones, ya estaría terminado y listo para ser fotografiado.
Pero hay también, junto al pesebre, un árbol gigante. No es siempre el mismo. Este año viene desde los Alpes. Ciento cuarenta metros de altura cortados a ras del suelo, para terminar -más tarde- como combustible de alguna estufa vaticana. No hace falta. No es necesario. Creo yo que Jesús no estaría de acuerdo. Si hoy fuese ayer, no le habría gustado.
Se puede creer o no en la divinidad de este hombre. Lo que está -me parece- fuera de discusión es su importancia, su influencia en nuestra cultura y su capacidad para cambiar la historia de occidente. Si hoy volviera (para algunos) o naciera (para otros), seguramente no estaría de acuerdo, entre otras tantas cosas, con el ostentoso pesebre o con el árbol moribundo.
Temo que muchos de sus fieles no lo seguirían si volviese. Temo que no tendría la fuerza para cambiar demasiado. Tenemos otros dioses que se apagan y se encienden con el control remoto. Más fácil. Menos compromiso. Más efectivo.
Temo también, que si regresara a nuestra tierra, yo no estaría entre sus discípulos. Estoy tan seguro de esto como de que tampoco estaría entre sus traidores. Pero es demasiado para un texto y demasiado pretencioso para mi. ¡Feliz Navidad! Muchas felicidades, de verdad, y a tomar y comer lo suficiente, o sea: mucho. Hasta la próxima vez.
¡Ah! ¡Me olvidaba! Si ven a un señor gordo, con barba y vestido de rojo, que les hace promesas a cambio de ciertas facilidades, es -como en el viejo chiste- un hombre disfrazado. No crean en todo lo que ven.