lunes, 28 de enero de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes... trágicos.

La tragedia griega es un género dramático tan atractivo como difícil de aplicar a nuestros días. El protagonista se enfrenta a dos alternativas, contradictorias pero verdaderas. Antígona conocía bien la prohibición de sepultar a su hermano, pero también sentía el deber moral de hacerlo. ¡Sófocles sí que sabía plantear un conflicto!

Imaginemos ahora a un griego (sin túnicas blancas ni laureles en la cabeza, por favor. Gracias), actor principal de una tragedia ambientada en este, nuestro occidente tan moderno. El griego deberá elegir entre lo divino y lo terrenal. Cualquier opción es válida, justificada. No hay posibilidad de error. Las dos son correctas. Creo que en cinco minutos se resolvería el conflicto, y la moral divina se quedaría esperando tiempos mejores.

Si bien nuestro griego tiene ya -aun antes de decidir- los pies sobre la tierra (sin túnica, pero con sandalias), el conflicto de la tragedia sigue vigente. Diferente en la forma, igual en su esencia. Y también sus personajes.

La larga espera de Penélope -tejiendo de día y destejiendo de noche durante 20 años, buscando excusas para no terminar un sudario que sancionaría la desaparición de Ulises (un poco ocupado en la guerra de Troya)-, se parece bastante a la cuenta de los meses que faltan para la llegada de las vacaciones (nuestro Ulises); de los días que nos faltan para hacer lo que no podemos hacer durante el resto del año.

¿Se puede vivir en una eterna espera? ¿Cómo encontrar (día tras día) el tiempo y la actividad que nos permitan utilizar las vacaciones para descansar y no para vivirlas como el momento anual de felicidad? ¿Se puede evitar? Creo -y espero- que sí. No debe ser fácil, o al menos no lo es para mí. Lo primero que deberíamos hacer es dejar intacto el sudario que durante el día tejimos. No buscar excusas, ni esperar el momento ideal que nunca llegará.

Estaba por escribir que mejor que prometer es realizar, pero me quedo con José Martí: "hacer es la mejor manera de decir". Y aquí estoy, con la sábana blanca y la corona de laureles -las sandalias no las encuentro-, declamando frente al espejo que entre lo terrenal y lo divino, me quedo con ambos; porque a mi, lo que realmente me gusta, es la comedia. Y como diría nuestro personaje griego: Τόσο πολύ o simplemente (y sin conflictos), hasta luego.

miércoles, 23 de enero de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes con... sentido.

Hombre exagerado Alfredo Le Pera. Si ella lo olvida, sin importarle demasiado, don Alfredo pierde, por una cabeza, "mil veces la vida, para qué vivir". Eso, para qué vivir. No tengo impulsos suicidas, al contrario, me gusta la vida -mi vida-, pero bastante seguido me pregunto -cual zorzal criollo- para qué vivir.

Es verdad que la naturaleza no tiene -Darwin lo supo hace ya mucho tiempo- un objetivo. Los peces no nacieron con branquias para respirar, ni los pájaros con alas para volar, ni los hombres con piernas para caminar -mal que le pese todo esto a mi vecino de blanco, el que bendice desde el balcón-.

Los humanos usamos, sí, las piernas para caminar -aunque algunas las usen, también, para conquistar-, los peces respiran como pueden (los que no tenían branquias se ahogaron y desaparecieron) y los pájaros -qué envidia- aletean para volar a sus anchas.

Por lo tanto, convencidos (por la ciencia y la razón) de que no tenemos un objetivo genético ni designios sobrenaturales, deberíamos darle a la vida -cada uno de nosotros a la suya- un sentido, o más.

Si me lo permiten, he decidido darle cinco. Todos, en realidad. Escribo después de vaciar un plato y estimular el gusto, el rojo oscuro a través del cristal aclara la vista, el olfato se despierta con la uva que dejó de serlo y del oído se encarga Carlos Gardel. Y son cuatro.

El quinto es, como en el tango, con final reñido. Y ahí sí, fija o no, por una cabeza, o por una caricia, me juego entero, Alfredo, ¡qué le voy a hacer!

martes, 15 de enero de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes de... cambios.

Me parece que la buena música es una variable estática. Variable, porque evoluciona y siempre se compone nueva y buena música. Estática, porque cuando te gusta una melodía es difícil que deje de gustarte. Una buena canción no pasa de moda, no es vieja, no se transforma en ridícula como sucede con los éxitos de cualquier verano.

Tal vez porque la subjetividad y la memoria se apoderan de la razón, escucho la música que ya conozco, y sobre todo, a los intérpretes que ya conozco. Desconfío de los nuevos hasta que los acepto; y ahí pasan a ser conocidos, de confianza.

Me pregunto qué pasaría si lo mismo me sucediera con la moda. Si el criterio de la música lo aplicara a mi forma de vestir, agradecería haber crecido de largo y de ancho. Los vaqueros -sí, ¡vaqueros!- nevados, la campera de jean forrada con corderito y los pantalones náuticos blancos (con cintura elástica, lógicamente) estarían en mi armario.

Pero ¿por qué la música no envejece y la moda sí? ¿Por qué lo que antes era lindo ahora ya no lo es? ¿Será que el arte y el negocio no se parecen en nada aunque intenten convencernos de que algo tienen que ver?

Me falta Saber y me sobra Ignorancia para encontrar alguna respuesta que valga la pena, pero no me rindo. Mientras lo consigo y la abandono -imposibles (por eternas) tareas-, me resisto a los dictámenes de la moda con una tijera en la mano. Ya saben que soy un transgresor del ruedo y la termo adhesión. Mis nuevos pantalones poco entienden de moda y proporciones.

miércoles, 9 de enero de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes desequilibrados.

Después de pasar cuatro horas mirando televisión creo ser (o estar): infeliz, antiguo, fuera de moda y de estado físico, mal alimentado, ignorante y aburrido. Los modelos de esta época tan contemporánea que nos toca vivir son (tal vez tengan que ser así para que funcione) inalcanzables.

Si la diversión es como se ve en la publicidad, para pasarla bien deberíamos bailar y beber durante todo el día. El aperitivo de la tarde no será tal si las chicas con diminutos bikinis no bailan con vaso y sonrisa en boca, frente a bronceados y abdominalados chicos, que no hacen más que destapar botellas. Trataré de pensar en otra cosa antes de abrir una cerveza la próxima vez.

El desayuno, si no se toma en enormes cocinas blancas con grandes ventanales que dejan ver el jardín, con el padre que se levanta sonriente y hambriento y con los niños que llegan vestidos y ansiosos por ir a la escuela, no es un desayuno correcto. Si la madre, luego de haber preparado jugo de naranja -natural, ¡faltaría más!- y tostadas con mermelada, cometió la osadía de no servir la leche con cinco cereales, entonces sus hijos no estarán bien alimentados. Y ni hablar de su pobre marido, que tendrá que irse a trabajar (para mantener a toda la familia, obviamente) con pocas energías.

Me pregunto cómo hacer para combatir la angustia que me invade luego de ver lo lejos que estoy -por imposibilidad muchas veces, por voluntad otras tantas- del ideal de felicidad que la publicidad impone. Creo que una solución podría ser -como en casi todo- el equilibrio. El equilibrio entre el agradecimiento y la ambición. Excederse en lo primero lleva al conformismo, en lo segundo, a la frustración.
Gracias, de todas formas; y hasta la próxima.

domingo, 6 de enero de 2008

Apuntes, despuntes y añorados pespuntes.

Se dice que todo tiempo pasado fue mejor. No estoy de acuerdo. También que todo tiempo pasado fue anterior, y aquí sí -obviamente- coincido. No hacerlo dejaría al descubierto una tozudez espeluznante -de la que no carezco, pero sí combato-.

Hay, en general, cierta tendencia a pensar que recordar es añorar. No creo que así sea, al menos no siempre, o no para mí. Escucho mucho tango, y si bien debería moderar la dosis, lo hago porque me gusta. No hay -o no creo que haya- otro motivo por el que escucho al Sexteto Mayor, a Piazzolla o a Goyeneche.

El pasado se hace presente gracias a diferentes estímulos. Creo que el olfato es uno de los sentidos que con mayor fuerza nos invita a recordar. El olor del pan a media mañana detiene mi reloj a las diez, cuando sonaba el timbre para ir al recreo. Me veo haciendo fila para llenar mi taza con mate cocido, y mi estómago con galleta recién hecha. Recuerdo y disfruto, pero no añoro.

No querer regresar al pasado (revivir la juventud parece ser el mejor -y más añorado- de los recuerdos) puede ser un síntoma de exceso de realismo, exagerado racionalismo o, simplemente, de disfrutar del presente. Voto por las tres juntas, y algunas a mi pesar.

Posiblemente la medida del tiempo transcurrido influya sobre la intensidad y la voluntad de revivir lo recordado, pero aunque el pasado lo conozco, el futuro se me resiste: no sé si añoraré los tiempos transcurridos. Pensándolo bien, no será por falta de motivaciones, que las tengo... y pensándolo mejor, algunas las añoro. Hasta la próxima.

miércoles, 2 de enero de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes con... resaca.

Cada vez que abro un diccionario -tengo que hacerlo demasiado seguido para mi gusto- disfruto con la claridad de sus definiciones. Si bien es algo obvio, me sorprendo con la explicación, corta y precisa, de cada término. Hoy lo abrí para ver cuántas acepciones tenía una palabra.

Ya han pasado varias horas desde la cena de fin de año, pero la resaca todavía no se ha ido. Al menos no toda. La de la comida y el alcohol dura menos que la otra resaca, la de las sensaciones vividas. Cada uno de nosotros supone -o sospecha, como cuando se juega al "Desconfío" en mi pueblo- que tiene amigos. Puede intuirlo, pero la certeza nunca es permanente.

En estas fechas nuestras casillas de correo electrónico están repletas de saludos de fin de año. Cadenas de mensajes con archivos eternos, con frases repetidas y música funcional, de hotel por horas. También hay otros mensajes. Textos cortos, de dos líneas o de veinte, pero escritas por alguien para uno. Responder sería lo correcto, no es lo que hago y me excuso.

Agradezco, además, todos los correos que mis amigos que no me mandaron. No necesito que me lleguen, sospecho que me pensaron tanto como yo lo hice, y para que no se sientan en falta, tampoco yo mandé correos de felicitación.

En estas fechas se reciben muchos -demasiados- mensajes de texto en el teléfono celular. Aunque algunos sean mensajes prefabricados, está bien, porque lo que importa es que se acordaron de uno; pero también hay de los otros, de los escritos con el alma. Recibí dos la noche del 31, y todavía me dura la resaca.

Recuerdo ahora, mientras escribo, el brindis de fin de año. Cuando el 2008 era un recién llegado, cuando me abrazaban y besaban, cuando me deseaban lo mejor para lo que se viene, cuando cruzábamos las miradas y las copas, confirmé mi sospecha: sí, estaba entre amigos.

Y hoy, con el diccionario en la mano, de la R me fui hasta el principio, llegué a la A, y otra vez me sorprendí por la claridad: "amistad: Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato". ¡Feliz año nuevo, amigos!