Y fue entonces que salí a dar una vuelta en moto. El día no era de los mejores, pero no llovía (y en este invierno romano que no quiere despedirse, era ya tanto). No salí a pasear. Tenía que ver a una persona y allí fui, siguiendo un camino que había hecho sólo una vez, 3 años atrás, y llegué bien.
Cuando decidí volver, el camino era el mismo, pero distinto. El punto de vista había cambiado, y frente a dos opciones, me decidí por una. Confirmando una vez más que la derecha no siempre es la opción correcta, tomé un camino desconocido y equivocado. Y aquí otra vez el punto de vista puede cambiar la percepción.
Nada tenía para hacer, así que decidí perderme, dejarme llevar. Disfrutaba del camino, ondulado, colinar, con viñedos a los lados y sin tráfico. No había un alma por el feriado y esto ayudaba a que la estuviera pasando muy bien. Salvo porque caía la tarde y el frío comenzaba a sentirse.
Y la percepción cambió. Soy un idiota. Otra vez me perdí -repetía cada dos kilómetros- y este camino tan ondulado es peligroso. Con los viñedos tan cerca, temía terminar entre las uvas con la moto de sombrero. Y para colmo no había un alma para preguntar por el camino correcto. Después de 30 kilómetros estaba en el lugar de partida, en un punto de vista que ya conocía, y tenía que empezar de nuevo.
Esta vez la elección fue justa. En el cruce elegí bien -equivocarme dos veces en la misma elección sería imperdonable- y a mi derecha quedó el camino que se insinuaba correcto, pero no lo era. Hasta el próximo paseo.