lunes, 31 de marzo de 2008

Apuntes, despuntes y encrucijados pespuntes.

El mundo puede ser mirado desde varios puntos de vista. Indudablemente el resultado de las distintas miradas será diferente, justo o equivocado, pero diferente. Un mismo hecho, así las cosas, puede ser vivido como positivo o negativo.

Y fue entonces que salí a dar una vuelta en moto. El día no era de los mejores, pero no llovía (y en este invierno romano que no quiere despedirse, era ya tanto). No salí a pasear. Tenía que ver a una persona y allí fui, siguiendo un camino que había hecho sólo una vez, 3 años atrás, y llegué bien.

Cuando decidí volver, el camino era el mismo, pero distinto. El punto de vista había cambiado, y frente a dos opciones, me decidí por una. Confirmando una vez más que la derecha no siempre es la opción correcta, tomé un camino desconocido y equivocado. Y aquí otra vez el punto de vista puede cambiar la percepción.

Nada tenía para hacer, así que decidí perderme, dejarme llevar. Disfrutaba del camino, ondulado, colinar, con viñedos a los lados y sin tráfico. No había un alma por el feriado y esto ayudaba a que la estuviera pasando muy bien. Salvo porque caía la tarde y el frío comenzaba a sentirse.

Y la percepción cambió. Soy un idiota. Otra vez me perdí -repetía cada dos kilómetros- y este camino tan ondulado es peligroso. Con los viñedos tan cerca, temía terminar entre las uvas con la moto de sombrero. Y para colmo no había un alma para preguntar por el camino correcto. Después de 30 kilómetros estaba en el lugar de partida, en un punto de vista que ya conocía, y tenía que empezar de nuevo.

Esta vez la elección fue justa. En el cruce elegí bien -equivocarme dos veces en la misma elección sería imperdonable- y a mi derecha quedó el camino que se insinuaba correcto, pero no lo era. Hasta el próximo paseo.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes de... sangre.

En 1987 me regalaron un libro que tardé casi 20 años en leer (tardé en empezarlo, por suerte leerlo me llevó un poco menos). Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Una obra futurista que –a este paso- se convertirá en un libro de historia. Ya en el 1958 el escritor norteamericano presagiaba pantallas planas colgadas de la pared, televisión interactiva y bomberos que no apagaban el fuego. Lo encendían para quemar libros.

En la contratapa de la edición que me regalaron cuando terminé la escuela primaria (que todavía conserva la dedicatoria que con mucho gusto leo cada vez que lo abro), Bradbury comenta sorprendido una escena que vio poco después de publicar su libro. Una pareja caminaba de noche por una calle. Él paseaba un perro. La mujer tenía una radio pequeña en su mano, y con un audífono escuchaba sólo ella, concentrada en voces lejanas, aislada de su marido y de su perro. Paseaban juntos. Paseaban separados.

Caminando por la calle, varias veces me detengo para observar a alguna persona que, moviéndose sin parar, habla sola mientras gesticula efusivamente. No sin alivio descubro que el buen señor no ha perdido sus cabales, sino que en muchos casos, la gente lleva un auricular sin cables (supongo que Ray ya se lo habría imaginado), y sus gestos y sonidos tienen un destinatario que está lejos, al otro lado de la línea telefónica.

Pero ante tanta tecnología, una retórica sospecha me asalta: ¿los teléfonos celulares tienen baterías o se alimentan con el movimiento? A veces me pregunto si necesitarán de la tracción a sangre para funcionar. ¿Por qué cada vez que respondemos una llamada nos levantamos y empezamos a caminar sin pausa? ¿Es que no funciona si nos quedamos quietos? Ahora tendré que dejarlos. Me voy a dar un paseo. Debo hacer una llamada y ando escaso de batería. Hasta la próxima.

viernes, 21 de marzo de 2008

Apuntes, despuntes y argentinisimos pespuntes.

Dentro del espectáculo hay un género –por llamarlo de algún modo- muy particular, y que me divierte mucho: la animación de festivales folclóricos. Si un locutor quiere mantener la tensión, generar aplausos y hacer trabajar la cantina, debe (y no es una opción) seguir ciertas normas no escritas, aunque tan sólidas como repetitivas.

El traje será de color gris, y si hace frío, el poncho –cubriendo un solo hombro- de color marrón. Hasta ahí no hay dificultad alguna. Lo lindo (y lo difícil) está en el discurso, en la forma, en el tono. Quien haya visto un festival cualquiera, en cualquier lugar, de cualquier dimensión, sabe de lo que hablo.

El llamado a la tierra con voz rasgada, el brazo tendido, la mano tensa mirando al cielo y una guitarra que acompaña con una milonga bien triste, son elementos esenciales para despertar la emoción festivalera.

Y es por eso mis queridos amigos, que esta noche, bajo la melancólica luna que nos ilumina, compañera de soledades; desde este auténtico espacio telúrico, lugar criollo donde se enlazan la argentinidad y el arraigo a nuestra profunda cultura gaucha… lugar donde los oídos descubren el sonido de las cuerdas de una guitarra que llora una milonga… el lugar donde se desgarra nuestro llanto, llanto que llega desde lo más hondo de nuestros patrios corazones… corazones que llevan a cada uno de nuestros paisanos un mensaje que se hace carne remolineando en cada fogón, en cada lugar de nuestro amado país, en cada rincón de nuestra querida República Argenti… perdón. Perdí el norte. Hasta la próxima.

lunes, 17 de marzo de 2008

Apuntes, despuntes y pespuntes aparentes.

No necesito parecer porque me basta con ser. Pero hoy -también- parecía. Sentado con el mate, el bandoneón, y con la partitura de "La última curda" en el atril, me faltaba la camiseta de Boca y el pasaporte azul entre los dientes para que no quedara duda alguna de mi nacionalidad.

No dudo sobre mi origen y no necesito demostrar de dónde soy. Tal vez por eso me sorprende ver cierta tendencia a una exagerada demostración de argentinismo en el exterior, a una colorida reafirmación nacionalista sostenida por el celeste y blanco de la selección. Es una escena típica en las salas de espera de los aeropuertos. Sin motivo aparente, algunas personas viajan con la camiseta argentina bien calzada. Como si para ser, hubiera que -sí o sí- parecer.

Pero también son varios los argentinos (y tal vez no los únicos) que suben al avión con la camiseta de clubes de fútbol europeos. He visto muchos chicos -adolescentes, eso sí- con los colores del Barcelona, por ejemplo. ¿Es -me pregunto porque no lo sé- una moda? ¿Una forma de demostrar de qué lugar llegan? ¿O un modo para declarar de dónde son ahora?

Estas cortas vacaciones -de ahí la ausencia en esta página- fueron excelentes. Vuelvo con un agradable peso sobre mis espaldas: Javier me pidió que sea su cómplice (frente a su futura esposa utilizaría -seguramente- el término "testigo") y, lógicamente, acepté. No podía negarme -porque no quería- después de haber caminado juntos durante treinta años sin separarnos nunca (no hace falta verse para sentirse). Somos amigos, y parecemos. Hasta la próxima.